Si
alguno tiene sed, venga a mí y beba.
El que cree en mí, como dice la Escritura, de su
interior correrán ríos de agua viva.
Juan 7:37-38 |
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NUEVO TESTAMENTO
El Nuevo Testamento consta de 27 documentos y 260 capítulos escritos entre el 50 y el 150 d.C.,
dedicados a cuestiones de creencias y prácticas religiosas en las comunidades
cristianas del mundo mediterráneo. Aunque hay quienes han señalado que en estos
documentos subyacen originales en arameo (en especial el Evangelio de Mateo y la
Epístola a los Hebreos), todos ellos llegaron hasta nosotros en griego, quizá el
idioma original en que fueron redactados.
1 Texto, canon y primeras versiones
Durante un tiempo algunos eruditos cristianos consideraron al griego del Nuevo
Testamento como un género especial de idioma religioso, concebido por la
providencia como el vehículo óptimo para la fe cristiana. Hoy ha quedado en
evidencia, a partir de escritos extrabíblicos del periodo, que la lengua del
Nuevo Testamento es la koiné o griego común, que se utilizaba en los hogares y
mercados.
1.1 Manuscritos y crítica textual
Los manuscritos griegos del Nuevo Testamento que han llegado hasta nuestros
días, completos, parciales o en fragmentos, suman unos 5.000. Sin embargo,
ninguno es autógrafo, original de su autor. Es probable que el más antiguo sea
un fragmento del Evangelio de Juan, datado en torno al 120-140 d.C. Las
similitudes entre estos manuscritos son más notables si se consideran las
diferencias cronológicas y los referidos a su lugar de origen, así como los
métodos y materiales de escritura. Sin embargo, entre las divergencias se
incluyen omisiones, adiciones, terminología y orden de las palabras.
Comparar, evaluar y fechar los manuscritos; organizarlos en grupos afines y
desarrollar criterios para evaluar cuál es el texto que tiene más probabilidades
de corresponderse con el que en verdad escribieron sus autores, son tareas
propias de los críticos. Para sus evaluaciones se sirven de miles de citas de
las escrituras que aparecen en las obras de los primeros Padres de la Iglesia y
en una serie de antiguas traducciones de la Biblia a otros idiomas. El fruto del
trabajo de los críticos textuales es una edición del Nuevo Testamento en griego
que ofrece no sólo el que se considera el mejor, sino que también incluye notas
que indican versiones divergentes en los principales manuscritos. Estas
variantes suelen aparecer en las traducciones como notas al pie en las que se
indica qué opinaban sobre el particular otras autoridades antiguas (véanse, por
ejemplo, Mc. 16,9-20; Jn. 7,53-8,11; He. 8,37). Las ediciones críticas del Nuevo
Testamento griego han venido apareciendo con cierta regularidad periódica a
partir de la obra del erudito holandés Erasmo de Rotterdam.
1.2 Escritos precanónicos
Los 27 libros del Nuevo Testamento no son más que una fracción de la producción
literaria de las comunidades cristianas en sus primeros tres siglos. Los
principales tipos de documentos del Nuevo Testamento (evangelios, epístolas y apocalipsis) fueron muy imitados, atribuyéndose los nombres de los apóstoles u
otras figuras señeras a escritos concebidos para llenar el vacío del Nuevo
Testamento (por ejemplo, sobre la infancia y juventud de Jesús) y satisfacer el
apetito de más milagros, así como para alegar revelaciones más novedosas y
completas. Durante esta época circularon hasta 50 evangelios. Muchos de estos
escritos cristianos no canónicos han sido recopilados y publicados como
Apócrifos del Nuevo Testamento.
El conocimiento de la literatura de este periodo se amplió en gran medida
gracias al descubrimiento en 1945, de la biblioteca de un grupo cristiano
herético, los gnósticos (ver Gnosticismo), en Nag-Hammadi (Egipto). Esta
colección, escrita en copto, ha sido traducida y publicada. Los especialistas
han prestado especial atención al Evangelio de Tomás; uno de los 12 apóstoles
que pretende recoger los proverbios, 114 en total, que Jesús le transmitió en
persona.
1.3 El canon
No existen registros claros para documentar cuáles fueron los elementos
determinantes para que la Iglesia adoptase un canon oficial de los textos
cristianos, ni tampoco de su proceso de formación. Para Jesús y sus seguidores,
la Torá, Profetas y los Hagiográficos del judaísmo eran las ‘Santas Escrituras’.
Sin embargo, la interpretación de estos escritos estaba regida por las obras,
las palabras y la persona de Jesús tal y como las comprendieron sus fieles. A
los apóstoles que conservaron las palabras y hechos de Jesús y que continuaron
su misión se les atribuyó una autoridad especial. Que Pablo, por ejemplo,
pretendiera que sus epístolas fuesen leídas en voz alta en las iglesias e
incluso intercambiadas entre éstas (Col. 4,16; 1 Tes. 5,26 y ss.) indica que en
las comunidades cristianas se estaban desarrollando nuevas normas sobre las
creencias y la práctica religiosa. Esta norma constaba de dos partes: el Señor
(conservado en los “Evangelios”) y los Apóstoles (sobre todo en las
“Epístolas”).
Seguir el rastro de la historia de la evolución del canon del Nuevo Testamento
tomando como guía los libros mencionados o citados por los primeros Padres de la
Iglesia constituye un proceso incierto, ya que es más lo que silencia que lo que
declara. Al parecer, el primer intento de establecer un canon tuvo lugar en
torno al 150 d.C., por obra de un cristiano herético de nombre Marción, cuya
aceptable relación incluía el Evangelio de Lucas y 10 epístolas paulinas,
editados con una fuerte orientación antijudía. Quizá la oposición a Marción fue
la que dio impulso a los esfuerzos tendentes a elaborar un canon aceptado de
forma general.
Tal vez hacia el 200 d.C., 20 de los 27 libros del Nuevo Testamento se
consideraban autorizados. Aquí y allá prevalecían preferencias locales,
existiendo algunas diferencias entre las Iglesias occidental y oriental. En
general, los libros que durante un tiempo fueron objeto de polémica, aunque más
tarde se incluyeron en el canon, eran Santiago, Hebreos, 2 Juan, 3 Juan, 2 Pedro
y Apocalipsis. Otros libros que gozaron de amplia aceptación popular aunque al
final resultaran rechazados, fueron Bernabé, 1 Clemente, Hermas y el Didaké; los
autores de estos libros suelen ser denominados Padres Apostólicos.
La carta pastoral 39 que san Atanasio, obispo de Alejandría, envió a las
iglesias que se hallaban bajo su jurisdicción en el año 367, acabó con toda duda
acerca de los límites del canon del Nuevo Testamento. En dicha pastoral, que se
conserva en una colección de los mensajes anuales de la Cuaresma dictados por
Atanasio, relaciona como canónicos los 27 libros que siguen siendo los
constitutivos del Nuevo Testamento, aunque los organizó de forma diferente.
Estos libros del Nuevo Testamento, en su orden actual, son los cuatro Evangelios
(Mateo, Marcos, Lucas y Juan), Hechos de los Apóstoles, Romanos, 1 Corintios, 2
Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 Tesalonicenses, 2
Tesalonicenses, 1 Timoteo, 2 Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos, Santiago, 1 Pedro,
2 Pedro, 1 Juan, 2 Juan, 3 Juan, Judas y Apocalipsis.
1.4 Primeras versiones
Por cuanto el Nuevo Testamento se escribió en griego, la historia de la
transmisión del texto y de la determinación del canon suele pasar por alto las
primeras versiones, muchas de las cuales son anteriores al texto griego más
antiguo que ha llegado a nuestros días. La rápida expansión del cristianismo más
allá de las regiones en las que prevalecía el griego requirió traducciones al
siríaco, al latín antiguo, al copto, al gótico, al armenio, al georgiano, al
etíope y al árabe. Las versiones en siríaco y latín aparecieron ya en el siglo II y las traducciones al copto comenzaron a aparecer en el siglo III. Estas
primeras versiones no eran, en modo alguno, traducciones oficiales, aunque se
hicieron para suplir las necesidades regionales de culto, predicación y
enseñanza. En consecuencia las traducciones quedaron ancladas en dialectos
locales y a menudo incluían sólo partes seleccionadas del Nuevo Testamento.
Durante los siglos IV y V se hicieron esfuerzos por reemplazar estas versiones
regionales por traducciones más homogéneas que tuvieran una mayor aceptación. En
el 382, el papa Dámaso I encargó a san Jerónimo la preparación de una Biblia en
latín. Conocida con el nombre de Vulgata, reemplazó a varios textos en latín
antiguo. En el siglo V la Pešitta siríaca sustituyó a las versiones existentes
en este idioma, que a la sazón eran las más populares. Como suele ser el caso,
con gran lentitud las antiguas versiones cedieron su lugar a las nuevas.
2 La literatura del Nuevo Testamento
Desde un punto de vista literario los documentos del Nuevo Testamento pueden
clasificarse en cuatro tipos o géneros principales: evangelios, historia,
epístolas y apocalipsis. De los cuatro, sólo los evangelios responden en
apariencia a un estilo literario que tuvo su origen en la comunidad cristiana.
2.1 Evangelios
Un evangelio no es una biografía aunque guarde algunas semejanzas con las
biografías de héroes, humanos o divinos, del mundo grecorromano. Un evangelio es
una serie de reseñas individuales de hechos o dichos, cada una de las cuales
mantiene una cierta unidad, aunque estén organizados con el objeto de crear un
efecto acumulativo. Al parecer, los autores de los Evangelios tuvieron cierto
interés en resaltar el orden cronológico, aunque no fue una de sus prioridades.
Lo que influyó en mayor medida sobre la organización del material fueron los
temas teológicos y las necesidades de los lectores. Por ello podría esperarse
que, aunque los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento se centran en la vida de
Jesús de Nazaret y los cuatro son evangelios desde el punto de vista literario,
existiesen diferencias entre ellos. Y así es. A excepción de los relatos del
arresto, juicio, muerte y resurrección de Jesús (episodios similares en los
cuatro libros), los Evangelios difieren en importantes detalles, perspectivas y
énfasis de interpretación.
Sobre estos particulares es el Evangelio según san Juan el que más se distingue
de los demás. En este Evangelio, Jesús aparece descrito de forma más obvia como
divinidad omnisapiente, omnipotente y superior. Los otros tres se denominan
Evangelios Sinópticos (vistos juntos) porque a pesar de sus diferencias, si se
organiza en columnas paralelas el texto de Mateo, Marcos y Lucas, sus
coincidencias son tales que pueden apreciarse de un modo visual, hasta tal punto
que han generado numerosas hipótesis acerca de sus relaciones. La opinión
especializada más difundida sostiene que Marcos fue el primer Evangelio que se
escribió y sirvió como fuente inspiradora para Mateo y Lucas. Lo más probable es
que estos dos últimos recurrieran a otros textos además de a esta fuente común,
una hipótesis basada en la gran cantidad de material común que no se encuentra
en Marcos. Esta fuente, que existe sólo en la teoría ya que no ha podido ser
identificada, ha sido denominada Q, o Quelle (en alemán, ‘fuente’). En su
prólogo el autor del Evangelio de Lucas dice haber investigado numerosas
narraciones sobre Jesús (Lc. 1,1-4).
2.2 Historia
La mejor representación de la narración histórica en el Nuevo Testamento se
halla en Hechos de los Apóstoles, el segundo de dos volúmenes (en ocasiones
denominados Lucas-Hechos) atribuidos a san Lucas. Estos dos libros relatan la
historia de Jesús y de la Iglesia que surgió en su nombre como una narración
continua, centrada en la historia de Israel y del Imperio romano. La historia se
presenta desde el punto de vista teológico, es decir, que interpreta el proceder
de Dios en un acontecimiento concreto o con una determinada persona. Hechos se
destaca en el Nuevo Testamento por recurrir a la narración histórica como
vehículo para la proclamación de la fe cristiana.
2.3 Epístolas
En el mundo grecorromano la epístola o carta constituía un estilo literario
bastante generalizado y constaba de la firma, dirección, saludo, alabanza o
acción de gracias, el mensaje y la despedida. San Pablo encontró que este estilo
congeniaba con respecto al que mantenía para dirigirse a las iglesias que había
fundado, y resultaba cómodo y didáctico para un apóstol itinerante. Este estilo
adquirió gran popularidad en la comunidad cristiana y fue empleado por numerosos
jerarcas y escritores de la Iglesia. Las epístolas que escribieron, algunas de
las cuales aparecen en el Nuevo Testamento, son en realidad sermones,
exhortaciones o tratados, apenas encubiertos por los rasgos del género
epistolar.
2.4 Escritos apocalípticos
Los escritos apocalípticos aparecen en todo el Nuevo Testamento, pero su uso es
predominante en el libro llamado Apocalipsis (o Revelación). Por lo general, los apocalipsis se escribieron en épocas de graves crisis de una comunidad, tiempos
en los que la gente mira más allá del presente y de lo humano en busca de ayuda
y esperanza. Esta literatura es muy visionaria, simbólica y pesimista en cuanto
a la situación global del mundo y esperanzadora sólo en términos de lo invisible
que está más allá de lo material y de la victoria que está más allá de la
historia. Las visiones del fin del mundo se caracterizan por la retribución y la
recompensa a los justos. Al parecer, Apocalipsis fue escrito durante la
persecución desencadenada contra los cristianos bajo el emperador romano Domiciano (81-96 d.C.). Ver Escritos apocalípticos.
2.5 Formas literarias
Dentro de estos cuatro estilos literarios principales, aparecen diversas formas:
poemas, himnos, fórmulas confesionales, proverbios, historias milagrosas,
bienaventuranzas, diatribas, listas de obligaciones y parábolas, entre otros.
Los estudios recientes han prestado gran atención a la forma literaria no sólo
como elemento imprescindible para la comprensión del contenido, sino también
como vehículo mediante el cual el lector puede compartir la experiencia creada
en determinado pasaje. Las formas tienen el poder de crear mundos y definir
relaciones, y no son meros accesorios del contenido.
En las obras de los especialistas bíblicos de antaño se prestaba gran atención a
la parábola, que durante siglos fue considerada como una alegoría. A finales del
siglo XIX el científico bíblico alemán Adolf Jülicher adoptó una nueva
orientación para realizar la interpretación de las parábolas. Insistió en que
las parábolas del Nuevo Testamento deben ser entendidas como símiles reales más
que como alegorías. Así, sostuvo que los relatos de Jesús deben entenderse como
ejemplos cuyo significado podía volverse a enunciar formulando temas o
propuestas sencillas.
Las parábolas han llegado a ser aceptadas como obras del arte literario con una
fuerza y función similar a la de la poesía, por lo cual no deben destruirse
parafraseándolas, resumiéndolas ni compendiándolas. Como arte literario, una
parábola no se limita a presentar su argumento, sino que además actúa sobre el
lector, creando, modificando o incluso rechazando una determinada concepción de
la vida y de la realidad. También se están efectuando estudios académicos de
otras formas literarias del Nuevo Testamento.
3 La historia en el Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento no es una colección de máximas, reflexiones y meditaciones
desvinculadas de la realidad histórica. Por el contrario, sus documentos se
centran en una figura histórica, Jesús de Nazaret, y aluden a los problemas que
debieron enfrentar sus seguidores en una gran diversidad de contextos
específicos dentro del Imperio romano. No obstante, esta preocupación por los
acontecimientos, los personajes y las situaciones históricas no significa que el
Nuevo Testamento se someta a intereses históricos o cronológicos en exclusiva.
3.1 Determinación del contexto cronológico amplio
La reconstrucción histórica del periodo basada en las fuentes del Nuevo
Testamento presenta una serie de dificultades. En primer lugar, los documentos
están organizados según un criterio teológico, y no desde una perspectiva
cronológica. Los Evangelios están situados en primer lugar porque relatan la
historia de Jesús, aunque fueron escritos entre el 70 y el 90 d.C., hasta unos
60 años después de su muerte. Hechos de los Apóstoles data también de esta
época. Sin embargo, las epístolas de Pablo son anteriores y han sido situadas en
la década entre el 50 y el 60 d.C., ya que fueron compuestas en el transcurso de
la obra misionera de Pablo. Los demás libros, que pueden datarse entre el 90 y
el 150 d.C., reflejan la situación de la Iglesia en el periodo postapostólico.
En segundo lugar, los documentos no demuestran demasiado interés en la historia
como proceso cronológico, en parte porque sus autores creían en la inminencia
del final de los tiempos. En tercer lugar, el Nuevo Testamento no es un solo
libro, sino un compendio eclesiástico, conservado con el propósito específico de
emplearse para el culto, la predicación, la enseñanza y la polémica. Cuarto,
todos los documentos fueron escritos por defensores de la fe cristiana con el
objeto de proclamar e instruir en la fe; en consecuencia, aunque contienen
referencias históricas, no constituyen informes históricos. Añádanse a estas
dificultades la falta de muchas referencias acerca de Jesús y de sus seguidores
en otras fuentes contemporáneas y se comprenderá por qué son escasas las
posibilidades de completar una historia detallada.
No obstante, los especialistas coinciden en cuanto al contexto cronológico
general. Los principales puntos de apoyo se encuentran en Lucas y Hechos, que
sitúan la narración de la vida de Jesús y los comienzos de la Iglesia dentro del
contexto de la historia judía y romana. El Evangelio de Lucas afirma que Jesús
comenzó su ministerio en el decimoquinto año de reinado de Tiberio (Lc. 3,1),
que sería el 28-29 d.C. Los cuatro Evangelios coinciden en que Jesús fue
crucificado cuando Poncio Pilatos era gobernador de Judea (26-36 d.C.). El
ministerio de Jesús tuvo lugar entre el 29 y el 30 d.C. si se acepta la versión
de que duró un año, o entre el 29 y el 33 d.C. según la teoría de que se
prolongó entre tres y cuatro años.
3.2 Las narraciones de la infancia
Antes de su vida pública, poco se sabe de Jesús. Era originario de Nazaret de
Galilea, aunque tanto Lucas como Mateo sitúan su lugar de nacimiento en Belén de
Judea, cuna ancestral del rey David. Sólo los libros de Lucas y Mateo contienen
relatos de su nacimiento e infancia, que divergen en numerosos detalles. Lucas
(1,5-2,52) narra estos relatos entretejiendo en ellos poemas y canciones
prestados del Antiguo Testamento que expresan la preocupación de Dios por los
pobres y desheredados. Mateo (1,18-2,23) moldea su relato sobre el modelo de la
narración que sobre Moisés recoge el Antiguo Testamento. Así como Moisés pasó su
infancia entre los ricos y sabios de Egipto, también Jesús fue visitado y
reverenciado por magos ricos y sabios. Así como Moisés huyó y vivió oculto de un
malvado rey que pretendía exterminar a los varones hebreos recién nacidos,
también Jesús fue salvado de la masacre de Herodes el Grande (rey de Judea que
murió en el 4 a.C., por lo que es probable que Jesús naciera entre el 6 y el 4
a.C.).
El resto del Nuevo Testamento guarda silencio acerca del nacimiento de Jesús. En
el transcurso de la historia de la Iglesia, algunos cristianos han insistido en
que las narraciones de la infancia deben tomarse de forma literal, mientras que
otros las han considerado como uno de los muchos modos de expresar la creencia
en la relación de Jesús hacia Dios como su Hijo. La tendencia del Nuevo
Testamento a proclamar el significado de los acontecimientos sin presentar la
versión del narrador sobre los propios hechos siempre ha dado lugar a la
disensión entre quienes se dedican a la investigación histórica.
3.3 Los apóstoles y la iglesia primitiva
Tras el ministerio de Jesús, descrito en los cuatro Evangelios, el movimiento
religioso que había alentado quedó bajo la dirección de los 12 hombres que había
elegido para ser sus apóstoles. La mayoría desapareció en la oscuridad y la
leyenda de los tiempos, aunque tres de ellos se mencionan como líderes
continuadores: Santiago el Mayor, asesinado por Herodes Agripa I en el año 44
d.C. (fecha de la muerte del propio rey); Juan, su hermano, que al parecer vivió
hasta una edad provecta (Jn. 21,20-24); y Pedro, uno de los primeros dirigentes
de la Iglesia de Jerusalén, que también realizó varios viajes misioneros y,
según la tradición, sufrió martirio en Roma a mediados de la década del 60.
Además de los tres, Santiago, llamado hermano de Jesús, se destacó en la Iglesia
de Jerusalén hasta que fue asesinado durante un motín popular en el 61. Antes
del estallido en Jerusalén de la rebelión judía contra Roma en el 66, los
cristianos abandonaron la ciudad y no estuvieron implicados en la violencia que
destruyó Jerusalén en el 70.
La mayor parte de la atención del registro que aparece en Hechos de los
Apóstoles se centra en la figura de Pablo, un judío de Tarso que se convirtió al
cristianismo en las cercanías de Damasco entre el 33 y el 35 d.C. Tras 14 años
de silencio Pablo comenzó a escribir sus epístolas, realizando una obra
misionera que le llevó por Siria, Galacia, Asia Menor, Macedonia, Grecia y Roma.
Al parecer, sus días acabaron en Roma en los primeros años de la década del 60.
Las epístolas de Pablo y Hechos ofrecen al lector algunos datos acerca de la
vida de estas primitivas comunidades cristianas y sobre su relación con las
culturas hegemónicas.
Los demás libros del Nuevo Testamento aportan escasa información histórica y
casi ninguna base para permitir una datación exacta. En general, parecen haber
sido escritos por una comunidad de segunda o de tercera generación. En estos
documentos, los seguidores inmediatos de Jesús ya han muerto, se han disipado el
entusiasmo inicial y las expectativas del regreso definitivo de Jesús para
terminar la historia y es evidente la necesidad de preservación, consolidación e
institucionalización (ver Escatología; Segunda venida). Se identifica a los
herejes y apóstatas, se los ataca y se insta a los miembros a adoptar una
tenacidad que les permita enfrentar a las persecuciones por venir. La Segunda
Epístola de Pedro, acaso el último de los libros del Nuevo Testamento que se
escribió, muestra un vigoroso esfuerzo por restablecer las antiguas expectativas
sobre el inminente final de la historia. Este intento de recuperar el celo y la
convicción de tiempos pasados es, en sí mismo, el indicio del final de una
época.
4 Principales temas del Nuevo Testamento
Al igual que los temas teológicos del Antiguo Testamento, los del Nuevo tienen
un contenido rico y variado.
4.1 Dios
En ningún otro tema se refleja de manera más clara o coherente la continuidad
entre el Nuevo Testamento y el Antiguo que en las enseñanzas acerca de Dios.
Toda opinión sobre que el Dios de Jesús o de la primitiva Iglesia era diferente
del Dios del judaísmo fue rechazada como herejía. El Dios del Nuevo Testamento
es el creador de toda la vida y sustentador del Universo. Este único Dios,
origen y final de todas las cosas, toma la iniciativa de atraer con amor a toda
la humanidad, celebrando alianzas con quienes respondan a su mensaje y
comportándose con ellos de manera justa y misericordiosa, con tino e
indulgencia. Dios nunca ha abandonado el mundo vacío de sus testigos, habiéndose
revelado en muchas ocasiones, formas y lugares. Pero el Nuevo Testamento
sostiene que Jesús de Nazaret es una revelación singular de Dios. La persona,
palabras y actividad de Jesús fueron comprendidos como la comparecencia de sus
seguidores ante la presencia de Dios. En los días de sus inicios dentro del
judaísmo, la Iglesia pudo asumir la fe y centrarse en el mensaje de Jesús como
revelador de Dios. Sin embargo, más allá de los límites del judaísmo, la fe en
el único Dios verdadero se convirtió en el elemento básico para la proclamación
del cristianismo.
4.2 Jesús
El Nuevo Testamento presenta su concepción de Jesús en los títulos, retratos y
descripciones de su persona y reseñas de su obra y su palabra. En el contexto
del judaísmo, el Antiguo Testamento proporcionó títulos y parábolas que los
escritores del Nuevo Testamento utilizaron para transmitir el significado de
Jesús a sus discípulos. Fue descrito, por ejemplo, como un profeta igual que
Moisés, como rey davídico, como el Mesías prometido, como segundo Adán, como
sacerdote igual que Melquisedec, como figura apocalíptica igual que el Hijo del
Hombre, como el Siervo Sufriente de Isaías y como Hijo de Dios. (Para una reseña
íntegra de la vida de Jesús, ver Jesucristo; para un análisis teológico de su
persona, ver Cristología.) La cultura helenista aportó otras imágenes: una
divinidad preexistente que bajó a la Tierra, realizó su obra y retornó a la
gloria; el Señor por encima de todos los emperadores; el mediador eterno de la
creación y la redención; la figura cósmica que reúne en sí misma la suma de la
creación en un todo armonioso.
Los Evangelios presentan el ministerio de Jesús como la presencia de Dios sobre
la Tierra. Sus palabras revelaron a Dios y al modo de obrar de Dios con su
pueblo; sus acciones demostraron el poder curativo de Dios al integrar el
cuerpo, la mente y el espíritu; su martirio y muerte son testimonio del
inquebrantable amor de Dios; y su resurrección fue la señal de que Dios aprobaba
la vida, la muerte y el mensaje de Jesús. San Pablo y otros discípulos
desarrollaron conceptos acerca de la muerte de Jesús como el sacrificio y la
expiación por los pecados y presentaron la resurrección de Jesús como garantía
de la resurrección de sus discípulos. Los documentos escritos durante la
persecución (1 Pe., Ap.) interpretaron el sufrimiento de Jesús como modelo para
los cristianos en la hora del martirio.
4.3 Espíritu Santo
Algunos de los profetas de Israel habían caracterizado como ‘últimos días’
aquellos en los que Dios derramaría su Espíritu sobre la humanidad entera. El
Nuevo Testamento sostiene que esta promesa se cumplió en tiempos de Jesús. Por
ello, en todo el Nuevo Testamento se menciona el Espíritu de Dios, una expresión
que representa la presencia activa de la divinidad. Esta entidad es denominada
de diversos modos, como Espíritu, Espíritu Santo, Espíritu Vivificante, Espíritu
de Cristo o Espíritu de la Verdad (ver Espíritu Santo; Trinidad). El Espíritu
otorgó la fuerza a Jesús y permitió que la Iglesia continuase lo que Jesús había
comenzado a hacer y a predicar. Dentro de cada uno de los discípulos, el
Espíritu generó las cualidades adecuadas para esa vida y dispuso a la persona
para trabajar en aras del bien de la comunidad. Es comprensible que la categoría
‘Espíritu’ estuviese sujeta a una amplia variedad de interpretaciones, creando
problemas en numerosas confesiones. El Nuevo Testamento refleja la lucha en pos
de la búsqueda de criterios claros para determinar si una congregación o persona
estaba en realidad bajo la influencia del Espíritu Santo.
4.4 Reino de Dios
Según el Nuevo Testamento, el mensaje central de Jesús fue el Reino de Dios.
Llama al arrepentimiento en preparación para el reino ‘inminente’. El Reino de
Dios se refería al reino o dominio de Dios y, según las enseñanzas de Jesús, se
anuncia que dicho reino está presente. Sin embargo, esta presencia no fue total
ni completa, por lo cual en ocasiones se hace referencia a ella como
acontecimiento futuro. Los estudiosos del Nuevo Testamento han discutido sobre
si Jesús y sus seguidores esperaban o no que el Reino de Dios llegase a estar
presente por completo en su generación. La irresolución de este debate queda
reflejado en dos expresiones que suelen utilizarse para caracterizar a las
enseñanzas del Nuevo Testamento con respecto al reino: ‘ya’ y ‘todavía no’.
4.5 Salvación
El Reino de Dios no parece haber sobrevivido como temática central del mensaje
de la Iglesia. Según el Nuevo Testamento, la Iglesia no se identifica a sí misma
como reino y en sus predicaciones comenzó a hablar cada vez más de la salvación.
Este término solía aludir a la reconciliación de las relaciones de una persona
como Dios y a la participación en una comunidad que fuera a la vez reconciliada
y reconciliante. En este sentido, la salvación era una realidad actual, aunque
no en su integridad. La salvación se consumaría en una vida plena, más allá de
la lucha, futilidad y mortalidad que caracterizan este mundo.
Pablo creía que en el cumplimiento último del propósito de Dios, la salvación
alcanzaría dimensiones cósmicas. El reino de la redención coexistiría con el
reino de la creación. Ello implicaba que al final, incluso las fuerzas del mal
que, según el Nuevo Testamento, habitan los cielos, la tierra y las regiones
subterráneas, se armonizarían con el benevolente plan de Dios. Esta visión final
es diferente a la de Apocalipsis, donde el final se caracteriza por la
reivindicación y recompensa a los santos, y la condena eterna de los perversos.
4.6 Ética
Hasta que ese tiempo llegue los seguidores de Cristo deben manifestar, a través
de su conducta y sus relaciones, que están reconciliados con Dios. Tal es el
mandato del Nuevo Testamento íntegro, heredado del Antiguo: la vinculación
inseparable entre la creencia religiosa y una conducta ética y moral. La Torá,
Profetas y Hagiográficos habían insistido sobre esto, y el Nuevo Testamento
mantiene su énfasis en ello. La vida terrenal es denominada de diversas formas
como recta, santificada, bondadosa, fiel. Los libros del Nuevo Testamento están
repletos de instrucciones acerca de esta vida, no sólo en un sentido íntimo,
sino también en relación con los vecinos, los enemigos, los familiares, los amos
y esclavos, los funcionarios del gobierno y con el propio Dios. Estas
instrucciones se inspiran en el Antiguo Testamento, en las palabras y el ejemplo
de Jesús, en los mandatos apostólicos, en las leyes de la naturaleza, en las
listas de obligaciones familiares y en los ideales de los moralistas griegos. Se
entendía que todos estos factores tenían su origen común en Dios, que espera que
su propia lealtad sea correspondida con la lealtad de quienes se han
reconciliado como familia de Dios.
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Juan
6:53
Jesús
les dijo:
De
cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
El que
come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el
día postrero.
Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que
come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él.
Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me
come, él también vivirá por mí.
Este es
el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y
murieron;
el que come
de este pan, vivirá eternamente.
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