Si
alguno tiene sed, venga a mí y beba.
El que cree en mí, como dice la Escritura, de su
interior correrán ríos de agua viva.
Juan 7:37-38 |
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ANTIGUO TESTAMENTO
El Antiguo Testamento comprende 39 libros y 929 capítulos
Es notable que el cristianismo incluya dentro de su propia Biblia las escrituras
íntegras de otra religión, el judaísmo. El término Antiguo Testamento (de la
palabra latina para ‘alianza’) se aplicó a estas Escrituras sobre la base de las
obras de Pablo y de otros primitivos cristianos, que diferenciaron entre la
‘Antigua Alianza’ que Dios estableció con Israel y la ‘Nueva Alianza’ sellada a
través de Jesucristo (véase, por ejemplo, Heb. 8,7). Como la primitiva Iglesia
creía en la continuidad de la historia y de la actividad divinas, incluyó en la
Biblia cristiana los registros escritos de la antigua y de la nueva alianza.
1 Literatura del Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento puede considerarse desde numerosas y diversas
perspectivas. Desde el punto de vista literario el Antiguo Testamento (de hecho,
la Biblia entera) constituye una antología, una colección de muchos libros
diferentes. No es en absoluto un libro unificado por lo que respecta a sus
autores, su fecha de composición o su estilo literario. Por el contrario,
representa una auténtica biblioteca.
En general los libros del Antiguo Testamento y las partes que los componen
pueden clasificarse como narraciones, obras poéticas, escritos proféticos,
códices legales o apocalipsis. En su mayoría, se trata de categorías amplias que
incluyen diversos tipos o géneros diferentes de literatura y tradiciones orales.
Ninguna de estas categorías se limita al Antiguo Testamento, ya que puede
hallarse en otras literaturas antiguas, en especial la del Oriente Próximo. Sin
embargo, es necesario subrayar que algunos estilos no quedaron al fin incluidos
en el Antiguo Testamento. Las cartas o epístolas, tan importantes en el Nuevo
Testamento, no se encuentran en el Antiguo en forma de libros separados (a
excepción de la Carta de Jeremías en algunas tradiciones manuscritas). No es
posible hallar tampoco autobiografías, dramas ni sátiras. Sorprende de una forma
especial el hecho de que la mayor parte de los libros del Antiguo Testamento
contiene varios géneros literarios. Por ejemplo, el Éxodo incluye narraciones,
leyes y poesía; la mayoría de los libros proféticos incorporan narraciones y
poesía, además de los géneros proféticos como tales.
1.1 Narraciones
Tanto en su contexto como en su contenido, la gran mayoría de los libros del
Antiguo Testamento son narraciones, es decir, recogen y refieren los
acontecimientos del pasado. Si tienen, como casi todos, una trama (o al menos el
desarrollo de una tensión y su resolución), una caracterización de los
personajes y una descripción del escenario en el que se producen los
acontecimientos, son relatos. Por otra parte, muchas obras narrativas del
Antiguo Testamento son historias, aunque no se ajusten a la definición
científica del término. Una historia es una narración escrita del pasado guiada
por los hechos, en la medida en que el autor pueda determinarlos e
interpretarlos, y no por consideraciones estéticas, religiosas o de otra índole.
Las narraciones históricas del Antiguo Testamento son obras más populares que
críticas, ya que los autores recurrieron a menudo a tradiciones orales, algunas
de ellas poco fiables, para escribir sus relatos. Además, todas las narraciones
se compusieron con un propósito religioso. Pueden, en consecuencia, llamarse
historias de salvación, ya que su propósito es demostrar cómo participó Dios en
los acontecimientos humanos. Ejemplos de dichas obras son la Historia
deuteronomística (desde el Deuteronomio hasta el 1 y 2 Reyes), el Tetrateuco
(desde el Génesis hasta el libro de los Números) y la Historia del Cronista (1 y
2 Crónicas, Esdras y Nehemías). La así llamada Historia de la sucesión del trono
de David (2 Sam. 9-20, 1 Re. 1-2) es la narración bíblica que más se acerca al
concepto moderno de la historia. El autor presta atención a los detalles de los
eventos y personajes históricos e interpreta el curso de los acontecimientos a
la luz de las motivaciones humanas. No obstante, puede intuirse la intervención
divina en el trasfondo de los textos.
Otros libros narrativos son: Rut, un breve episodio; Jonás, un relato didáctico;
y Ester, una novela histórica o una leyenda festiva. Es probable que estos
libros tengan su origen en cuentos populares o leyendas. En los libros
deuterocanónicos pueden encontrarse algunos relatos didácticos: Tobías, Judit,
Susana y Bel y el dragón.
En los libros del Antiguo Testamento pueden hallarse muchos de estos y otros
géneros narrativos. El Génesis, como la mayoría de las demás obras narrativas,
está compuesto de diversos relatos individuales, muchos de los cuales circulaban
de forma oral e independiente. Las historias patriarcales del Génesis (11-50)
han sido denominadas leyendas, sagas y, con mayor precisión, sagas familiares.
Muchas de ellas son etiológicas, es decir, que explican un lugar, una práctica o
un nombre en términos de su origen.
1.2 Obras poéticas
Entre los libros poéticos del Antiguo Testamento se incluyen Salmos, Job,
Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares (canónicos), Eclesiástico (deuterocanónico)
y Plegaria de Manasés (apócrifo). Sabiduría tiene mucho en común con los libros
poéticos sapienciales, aunque no es poesía. La mayoría de los libros proféticos
están escritos de acuerdo con las reglas líricas hebreas, aunque son lo bastante
distintos como para que puedan ser diferenciados.
1.2.1 Características generales
La poesía hebrea tiene dos características principales, una fácil de reconocer
incluso en una traducción, y una segunda más difícil de discernir. La
característica más obvia es el uso del parallelismus membrorum o paralelismo de
versos u otras partes. Por ejemplo, el significado de un versículo puede
reformularse o repetirse en un segundo versículo, como en Sal. 6,1: “Yahvé, no
me corrijas en tu cólera, en tu furor no me castigues”. Se trata, como resulta
obvio, de sinónimos. Por otra parte, la segunda línea de la unidad puede exponer
el aspecto negativo de la aseveración de la primera, como en Prov. 15,1: “Una
respuesta suave calma el furor, una palabra hiriente aumenta la ira”. En otros
casos, la segunda línea puede ampliar o explicar la primera y en otras
circunstancias el paralelismo es pura formalidad. Una importante ventaja de la
mayoría de las traducciones modernas de la Biblia es que mantienen la forma
poética del hebreo, permitiendo al lector disfrutar y comprender la estructura
del original.
La otra característica importante de la poesía hebrea es el ritmo, que parece
haberse basado en el número de acentos en cada línea. Una de las métricas más
fáciles de reconocer es la de la kiná (endecha o lamentación), en la que la
primera línea tiene tres sílabas acentuadas y la segunda, dos.
Los libros poéticos abarcan una gran diversidad de géneros. Los más difundidos
son los diversos cantares de adoración (Salmos) y la poesía sapiencial. Además,
la Biblia incluye un libro de poesía amorosa, el Cantar de los Cantares.
1.2.2 Poesía lírica
La literatura cultual (del culto religioso) de Israel era poesía lírica; es
decir, poesía pensada para ser cantada. La mayoría de estos libros, aunque no
todos, están recopilados en Salmos. Muchos son himnos: canciones de alabanza a
Dios, a sus obras a favor de Israel o a su creación. Otros son lamentaciones de
la comunidad o cantares de queja que, de hecho, son oraciones de petición,
cantadas por el pueblo cuando se veía enfrentado a una situación difícil. Casi
una tercera parte de los Salmos son lamentaciones individuales, cánticos
utilizados por o en nombre de individuos al borde de la muerte o del desastre.
Una vez que la nación o el individuo han sido salvados de sus infortunios, se
cantan poesías de acción de gracias. Unos pocos salmos, como 2, 45 y 110
celebran la coronación de un rey en Israel como egregio siervo de Dios.
1.2.3 Poesía sapiencial
La poesía sapiencial incluye colecciones de refranes de sabiduría y poemas
breves, como en Proverbios, y largas composiciones, como en Job, Eclesiastés y
Eclesiástico. Los materiales sapienciales más concisos son proverbios, refranes
y admoniciones, por lo general de uno o dos versos de longitud. Algunos eran sin
duda refranes tradicionales o populares mientras que otros llevan el sello de la
reflexión y la composición creativa. Proverbios 1-9 contiene un conjunto de
poemas sobre la naturaleza de la propia sabiduría, mientras que Job es una
composición poética larga en forma de diálogo enmarcado en un cuento popular.
Eclesiastés es una obra un tanto inconexa y Eclesiástico es un libro escrito por
un maestro judío que más tarde tradujo su nieto.
La temática central de los refranes sapienciales abarca desde los consejos
prácticos para una vida provechosa y próspera, hasta reflexiones acerca de la
relación entre transitar por el camino de la sabiduría y obedecer a la ley
revelada por la divinidad. A Job, al menos en cierto sentido, le atormenta el
sufrimiento de los justos, en tanto que Eclesiastés es una triste reflexión
acerca del significado de la vida por parte de alguien que se halla a las
puertas de la muerte.
6.1.3 Materiales proféticos
Los profetas eran conocidos en otras regiones del antiguo Oriente Próximo, pero
ninguna otra cultura desarrolló un cuerpo de literatura profética comparable al
de Israel. Por ejemplo, los antiguos autores egipcios escribieron obras
literarias llamadas ‘profecías’, pero por su forma y contenido eran diferentes
de los libros proféticos de la Biblia.
La mayoría de los libros proféticos hebreos contienen tres tipos de literatura:
narraciones, oraciones y discursos proféticos. Por lo general, las narraciones
son relatos o reseñas de la actividad profética, atribuidos al propio profeta o
contados por una tercera persona. Incluyen descripciones de visiones, reseñas de
acciones simbólicas, relaciones de actividades proféticas (como, por ejemplo,
los conflictos entre los profetas y sus opositores) y narraciones o notas
históricas. Uno de los libros de la colección profética, Jonás, es en realidad
un relato acerca de un profeta, y contiene un solo versículo de mensaje
profético (Jon. 3,4). Las oraciones incluyen himnos y peticiones, como las
lamentaciones de Jer. (por ejemplo, Jer. 15,10-21).
En la literatura profética predominan los discursos, ya que la actividad
inherente del profeta consistía en difundir la palabra de Dios relativa al
futuro inmediato. Los mensajes más comunes son profecías de castigo o de
salvación. Tanto unas como otras están contextualizadas, como la mayoría de los
discursos proféticos, por fórmulas que identifican las palabras reveladas por
Dios; por ejemplo, “oráculo de Yahvé”. Por lo general, la profecía de castigo
explica las razones de éste en términos de injusticia social, arrogancia
religiosa o apostasía y asimismo detalla la naturaleza del desastre, militar o
de otra índole, que recaerá sobre la nación, grupo o individuo a la que va
dirigida. Las profecías de salvación anuncian la inminente intervención de Dios
para rescatar a Israel. Otros discursos incluyen las profecías contra las
naciones extranjeras, discursos de aflicción que enumeran los pecados del
pueblo, admoniciones o advertencias (ver Profecía).
1.4 Leyes
La materia legal es tan destacada en las Escrituras hebreas que el judaísmo
llamó Torá (del hebreo torah, ‘ley’) a los primeros cinco libros y los
primitivos cristianos a la totalidad del Antiguo Testamento. Los textos legales
son dominantes en Éxodo, Levítico y Números. El quinto libro de la Biblia fue
denominado Deuteronomio (‘segunda ley’) por sus traductores griegos, aunque el
libro es en síntesis un informe de las últimas palabras y hechos de Moisés.
Contiene, no obstante, numerosas leyes, por lo general en el contexto de la
interpretación y la predicación o el sermón.
Según la tradición bíblica, la voluntad de Dios fue revelada a Israel a través
de Moisés al establecer la alianza en el monte Sinaí. En consecuencia, todas las
leyes —a excepción de las contenidas en Deuteronomio— pueden encontrarse desde
Éxodo 20 hasta Números 10, donde se relatan los acontecimientos que tuvieron
lugar en Sinaí.
Los especialistas han detectado en las leyes hebreas dos modalidades
principales, las apodícticas y las casuísticas. La ley apodíctica está
representada por los Diez Mandamientos (Éx. 20,1-21; 34,14-26); (Dt. 5,6-21),
aunque no se limita a ellos. Estas leyes, que por lo general se encuentran en
compilaciones de cinco o más, son sucintas manifestaciones, inequívocas y sin
ambigüedades de la conducta humana que Dios exige. En caso de ser positivas, se
denominan mandamientos; si son negativas, se trata de prohibiciones. Por otra
parte, cada una de las leyes casuísticas consta de dos secciones. La primera
establece una condición (“Si un hombre roba un buey o una oveja, y los mata o
vende...”) y la segunda las consecuencias legales (“...pagará cinco bueyes por
el buey, y cuatro ovejas por la oveja”, Éx. 21,37). Por lo general, estas leyes
se refieren a los problemas que pueden surgir en la vida rural y urbana. Las
leyes casuísticas son similares en su forma, y a menudo en su contenido, a las
normas recogidas en el Código de Hammurabi y otros códigos legales del antiguo
Oriente Próximo.
1.5 Escritos apocalípticos
El apocalipsis, como género diferenciado, surgió en Israel en el periodo
posterior al exilio, es decir, tras el cautiverio de los judíos en Babilonia
entre el 586 y el 538 a.C. Un apocalipsis o revelación expone una serie de
acontecimientos futuros mediante una larga y detallada reseña de un sueño o de
una visión. Utiliza imágenes de fuerte contenido simbólico y con frecuencia
extravagantes, que a su vez son explicadas e interpretadas. Los escritos
apocalípticos suelen reflejar la perspectiva histórica que tiene el autor de su
propia era, en un momento en que las fuerzas del mal se aprestaban para librar
su batalla final contra Dios, tras lo cual nacería una nueva edad.
Daniel es el único libro apocalíptico, como tal, de las Escrituras hebreas, y su
primera mitad (capítulos 1 al 6) es en realidad una serie de historias
legendarias. Sin embargo, partes de otros libros son en muchos aspectos
similares a la literatura apocalíptica (Is. 24-27; Zac. 9-14; y algunas partes
de Ezequiel). Entre los apócrifos, Esdras es un apocalipsis. El judaísmo de los
dos últimos siglos a.C. y del primer siglo d.C. produjo muchas otras obras
apocalípticas que nunca fueron consideradas canónicas. Entre ellas se incluyen
Enoc, Guerra de los Hijos de la Luz y los Hijos de la Oscuridad, y el
Apocalipsis de Moisés. Ver Pseudoepígrafos.
Hasta hace poco tiempo, la mayoría de los especialistas sostenía que el
desarrollo de la literatura y el pensamiento apocalípticos estuvo muy influido
por la religión persa. Este punto de vista está siendo objetado por la
identificación de las raíces de la literatura apocalíptica en el propio
pensamiento israelita, en especial en la concepción del futuro por parte de los
profetas, así como en las más antiguas tradiciones del Oriente Próximo. Ver
Escritos apocalípticos.
2 La evolución del Antiguo Testamento
No cabe ninguna duda de que todos los libros del Antiguo Testamento no tuvieron
su origen en la misma época y en el mismo lugar. Por el contrario, son el
producto de la evolución de la fe y la cultura israelitas durante al menos un
milenio. En consecuencia, otra perspectiva literaria analiza los libros y sus
elementos constituyentes en términos de sus autores y de su historia literaria y
preliteraria.
En la práctica, todos los libros atravesaron un largo periodo de transmisión y
evolución antes de llegar a ser recopilados y canonizados. Es más: es necesario
distinguir entre los puntos de vista tradicionales judíos y cristianos en cuanto
a la autoría y datación de los libros, por una parte, y su historia literaria
real como ha sido reconstruida por los especialistas a partir de las pruebas
contenidas en los libros bíblicos y en otros lugares, por la otra. El presente
artículo no tiene por objeto presentar una reseña detallada de la historia
literaria del Antiguo Testamento. Muchos de los hechos reales se desconocen, la
historia es larga y por lo general complicada, y las conclusiones más antiguas
deben revisarse cada cierto tiempo a la luz de nuevos hallazgos y métodos de
investigación. Sin embargo, es posible resumir el perfil general de dicha
historia.
Casi todos los libros del Antiguo Testamento recorrieron un largo camino desde
el momento en que se pronunciaron o escribieron las primeras palabras hasta que
adquirieron su forma definitiva. En este proceso participaron muchas personas,
como narradores, autores, editores, oyentes y lectores. Y en este devenir les
cupo un papel importante, no sólo a los individuos, sino a las diferentes
comunidades de fe.
Detrás de muchas de las actuales obras literarias pueden discernirse tradiciones
orales. Por ejemplo, la mayoría de los relatos del Génesis circularon de forma
oral antes de ser transcritos. Los discursos proféticos, hoy en forma escrita,
se transmitieron primero de modo oral. De hecho, todos los Salmos, tanto si
fueron escritos como si no, se compusieron para ser cantados o recitados en voz
alta durante las ceremonias religiosas. Sin embargo, no sería prudente deducir
que la difusión oral fuera tan sólo precursora de la literatura escrita, y que
cesó una vez que se escribieron los libros porque está probado que las
tradiciones orales coexistieron con el material escrito durante muchos siglos.
2.1 El Pentateuco
Según la tradición judeo-cristiana Moisés fue el autor del Pentateuco, los
primeros cinco libros de la Biblia. Sin embargo, tal aseveración no aparece en
ninguno de estos libros. La tradición tiene su origen en la forma en que son
denominados por los hebreos, libros de Moisés, aunque con ello quisiesen
significar relativos a Moisés. Ya en la edad media, los eruditos judíos
reconocieron que existía un problema con la tradición: Deuteronomio (el último
libro del Pentateuco) relata la muerte de Moisés. En realidad, los libros son
obras compuestas por autores anónimos. Sobre la base de numerosas copias y
repeticiones, incluyendo dos designaciones diferentes para la deidad, dos
relatos separados de la creación, dos historias entrelazadas del diluvio, dos
versiones de las plagas de Egipto y muchas otras pruebas, los especialistas
modernos han llegado a la conclusión de que los escritores del Pentateuco
utilizaron varias fuentes distintas, cada una de un escritor y de un periodo
diferentes.
Las fuentes difieren en su vocabulario, estilo literario y perspectiva
teológica. La más antigua es la Jehovística o Yahvista (J, porque utiliza el
nombre divino Jahvé, transcrito también como Jehová, o Yahvé), que por lo
general suele datarse entre los siglos X o IX a.C. La segunda es la Elohísta (E,
porque utiliza el nombre general de Elohím para designar a Dios), y suele
situarse en el siglo VIII a.C. A continuación está la Deuteronómica (D, limitada
al Deuteronomio y a unos pocos pasajes de otros libros), de finales del siglo
VII a.C. La última es la Sacerdotal (P, de ‘priest’, sacerdote en inglés, por su
énfasis en la ley cúltica y en los asuntos sacerdotales), situada en los siglos
VI o V a.C. J incluye una reseña narrativa completa desde la creación hasta la
conquista de Canaán por Israel. E ya no es una narración completa, si es que
alguna vez lo fue; su material más antiguo se remonta a Abraham. P se concentra
en la alianza y en la revelación de la ley en el monte Sinaí, aunque sitúa ambos
elementos dentro de una narración que se inicia en la creación.
Ninguno de los autores de estos documentos, si es que fueron individuos y no
grupos, fue un autor creativo en el sentido moderno del término. Más bien
trabajaron como editores que recopilaron, organizaron e interpretaron
tradiciones más antiguas, tanto orales como escritas. En consecuencia, la mayor
parte del contenido de las fuentes es mucho más antiguo que las propias fuentes.
Algunos de los materiales escritos más antiguos son pasajes extraídos de obras
poéticas como Paso del Mar (Éx. 15), y parte del material legal tiene su origen
en antiguos códigos. Una opinión reciente sugiere que los relatos individuales
del Pentateuco fueron compilados bajo un epígrafe que aludía a diversas
temáticas trascendentales (la promesa a los patriarcas, el éxodo, la travesía
del desierto, Sinaí y la conquista de la Tierra Prometida), adquiriendo su forma
básica en torno al 1100 a.C. En cualquier caso, el relato de las raíces de
Israel se conformó en y bajo la influencia de la comunidad de la fe.
2.2 Historia deuteronomística
En los últimos años, Deuteronomio, Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel y 1 y 2 Reyes han
sido reconocidos como un relato unificado de la historia de Israel desde los
tiempos de Moisés (siglo XIII a.C.) hasta el exilio en Babilonia (el periodo que
arranca desde la caída de Jerusalén en el 586 a.C. hasta culminar en la
reconstrucción en Palestina de un nuevo Estado judío tras el 538 a.C.). Por
cuanto el estilo literario y la perspectiva teológica son similares a las del
Deuteronomio, esta reseña se ha dado en denominar Historia deuteronomística.
Sobre la base de los últimos acontecimientos que reseña, entre otras evidencias,
se ha llegado a la conclusión de que puede haber sido escrita en torno al 560
a.C., durante el exilio. Sin embargo, es posible que al menos una edición fuera
anterior.
El escritor (o escritores) de la obra tenía como objetivo registrar la historia
de Israel, así como dar cuenta de la catástrofe que recayó sobre la nación a
manos de los babilonios. Por un lado, trabajó como lo haría cualquier otro
historiador, recogiendo y organizando fuentes más antiguas, tanto escritas como
orales. Empleó materiales muy heterogéneos, incluyendo relatos de los profetas,
relaciones de diversa índole, crónicas más antiguas e incluso registros de la
corte. De hecho, suele derivar al lector a sus fuentes (por ejemplo, Jos. 10,13;
2 Sam. 1,18; 2 Re. 15,6). No obstante aplicó también la visión del teólogo,
quizá de alguien que ya tenía firmes convicciones acerca del curso y significado
de los acontecimientos que iba registrando. Estas convicciones hallaron su
expresión en la forma en que organizó el material y añadió los discursos, que él
mismo había escrito, en boca de los principales protagonistas (por ejemplo, Jos.
1). Creía que Israel había sido sojuzgada por Babilonia debido a la
desobediencia a la ley de Moisés (como en Deuteronomio), en especial por adorar
dioses falsos en altares paganos; creía asimismo que los profetas habían
advertido del exilio mucho tiempo antes de que se produjera.
2.3 Los libros poéticos
Resulta muy difícil datar o atribuir a un determinado autor o autores tanto la
poesía cultual como la sapiencial del Antiguo Testamento, sobre todo por
contener tan pocas alusiones históricas. Se considera que David es el autor de
Salmos porque, según la tradición, cantaba y componía. De hecho, sólo 70 de los
150 salmos se identifican de modo inequívoco con David, y muchísimos menos datan
de la época de este rey hebreo. Las atribuciones a David y a otros se hallan en
los encabezados, añadidos mucho después que los Salmos fueran escritos. La
identificación de Proverbios y de otros libros sapienciales con Salomón tiene su
origen en la tradición de la gran sabiduría de este monarca, y es fiable por
cuanto promovió instituciones que desarrollaron este tipo de literatura. La
poesía sapiencial contiene algunos de los materiales más antiguos de las
Escrituras hebreas (en los refranes y proverbios), y las composiciones como
Eclesiastés y Eclesiástico algunos de los más recientes.
Salmos se convirtió en el libro de himnos y oraciones del Segundo Templo de
Israel, pero muchos de los cánticos son anteriores a la construcción del
santuario. Contienen motivos, temas y expresiones que Israel heredó de sus
predecesores cananeos. Muchas voces hablan en y a través de los Salmos, pero
sobre todas se oye la expresión de una comunidad que se entrega a la oración.
2.4 Los libros proféticos
Muy pocos libros proféticos, si acaso, fueron escritos en su integridad por la
persona con cuyo nombre han sido designados. Es más: en la mayoría de los casos,
incluso las palabras del profeta original fueron registradas por otros. La
historia de Baruc, escriba de Jeremías (Jer. 36 y también Is. 8,16) ilustra uno
de los métodos con los que las palabras pronunciadas por los profetas se
convirtieron en libros. Las diversas manifestaciones de los profetas deben de
haber sido recordadas y recopiladas por sus seguidores y, según lo indicaran las
circunstancias, transcritas. Más tarde, la mayoría de los libros fueron editados
y ampliados. Por ejemplo, cuando Amós (c.7 55 a.C.) se utilizó en tiempos del
exilio, se le dio un final nuevo y esperanzador (Am. 9,8-15). Isaías refleja
siglos de la historia israelita y la obra de varios profetas y otras
personalidades; Is. 1-39 se basa sobre todo en el profeta original (742-700
a.C.); los capítulos 40 al 55 son obra de un profeta desconocido del exilio,
denominado Segundo Isaías (539 a.C.); y los capítulos 56 al 66, identificados
con el Tercer Isaías, provienen de diversos escritores del periodo posterior al
exilio.
3 El canon
La Biblia hebrea y las versiones cristianas del Antiguo Testamento fueron
canonizadas en distintos momentos y lugares, aunque el desarrollo de los cánones
cristianos debe entenderse en los términos de las Escrituras judías.
3.1 El canon hebreo
En Israel, la idea de un libro sagrado data, como mínimo, del 621 a.C. Durante
la reforma de Josías, rey de Judá, cuando se estaba rehabilitando el Templo, el
sumo sacerdote Jilquías descubrió “el libro de la Ley” (2 Re. 22). El rollo era
probablemente la parte central del actual Deuteronomio, pero lo importante es la
autoridad a la que se atribuyó. Más respeto se concedió al texto leído por
Esdras, el sacerdote y escriba hebreo, ante la comunidad a finales del siglo V
a.C. (Neh. 8).
La Biblia hebrea se fue convirtiendo en Sagradas Escrituras a lo largo de tres
etapas diferenciadas. La secuencia se corresponde con las tres partes del canon
hebreo: la Torá, los Profetas y los Hagiográficos. Sobre la base de las pruebas
externas, parece evidente que la Torá o Ley fue aceptada como texto sagrado
entre las postrimerías del exilio de Babilonia (538 a.C.) y el cisma samaritano
del judaísmo, hacia el 300 a.C. Los samaritanos reconocen como Biblia sólo a la
Torá.
La segunda fase fue la canonización de Neviím (Profetas). Tal y como lo indican
los encabezamientos de los libros proféticos, las palabras de los profetas que
habían quedado registradas comenzaron a considerarse palabra de Dios. A todos
los efectos, la segunda parte del canon hebreo se concluyó a finales del siglo
III a.C., no mucho antes del 200 a.C.
Entre tanto se compilaban, leían y utilizaban otros libros en el culto y el
estudio. Hacia la época en que se escribió Eclesiástico (c. 180 a.C.), se había
desarrollado la idea de una Biblia tripartita. El contenido de la tercera parte,
Ketuvim (Hagiográficos), se mantuvo bastante fluido en el judaísmo hasta después
de la caída de Jerusalén en poder del Imperio romano, en el 70 d.C. Hacia
finales del siglo I d.C., los rabinos de Palestina ya habían determinado y
cerrado la lista definitiva.
En el proceso de canonización obraron tanto fuerzas positivas como negativas.
Por una parte, la mayoría de las decisiones ya habían sido adoptadas de facto:
Torá, Profetas y la mayor parte de Hagiográficos venían sirviendo como
Escrituras desde hacía varios siglos. La controversia giró sólo en torno a unos
pocos libros de los Hagiográficos, como Eclesiastés y Cantar de los Cantares.
Por la otra, se escribían y difundían otros muchos libros religiosos, que
aducían ser también la palabra de Dios. Entre éstos se incluían los actuales
apócrifos de los protestantes (algunos de ellos deuterocanónicos para los
católicos y ortodoxos, y otros apócrifos también para éstos), algunos de los
libros del Nuevo Testamento, y muchos más. En consecuencia, la decisión oficial
de establecer una Biblia debe considerarse como la respuesta a un planteamiento
teológico: ¿según qué libros definirá el judaísmo su propia doctrina y su
relación con Dios?
3.2 El canon cristiano
El segundo canon, el que hoy es la versión católica del Antiguo Testamento,
surgió primero como una traducción de los primeros libros hebreos al griego. El
proceso se inició en el siglo III d.C. fuera de Palestina, debido a que las
comunidades judías de Egipto y de otros lugares necesitaban las Escrituras en el
idioma de su propia cultura. La mayoría de los libros adicionales de esta
Biblia, incluyendo suplementos de libros más antiguos, tuvo su origen entre las
comunidades judías no palestinas. Hacia finales del siglo I d.C., cuando se
recopilaban y difundían los primeros escritos cristianos, existían ya dos
versiones de las Escrituras del judaísmo: la Biblia hebrea y el Antiguo
Testamento en griego (conocido como Septuaginta). Sin embargo, la Biblia hebrea
marcaba la norma oficial de la teología y la práctica. Ninguna prueba indica que
en el judaísmo haya existido alguna vez una lista oficial de Escrituras en
griego. Los libros adicionales de la Septuaginta fueron reconocidos de forma
oficial sólo por el cristianismo. Los escritos de los primeros Padres de la
Iglesia contienen numerosas y diversas listas, pero es evidente que prevaleció
el Antiguo Testamento en griego, más extenso.
El último paso importante en la historia del canon cristiano tuvo lugar durante
la Reforma protestante. Cuando Martín Lutero tradujo la Biblia al alemán,
redescubrió lo que otros (destacando de modo muy notable san Jerónimo, el
erudito bíblico del siglo IV) ya sabían: que el Antiguo Testamento original
estaba escrito en hebreo. Eliminó de su Antiguo Testamento todos los libros no
incluidos en la Biblia judía y los tildó de apócrifos. Esta medida tuvo por
objeto volver al texto y al canon acaso más antiguos y por consiguiente mejores,
y oponer a la autoridad de la Iglesia la autoridad de aquella versión más
antigua de la Biblia. Ver Apócrifos; Libros Deuterocanónicos; Apócrifos del
Nuevo Testamento.
4 Los textos y las versiones antiguas
Todos los traductores contemporáneos de la Biblia intentan recuperar y utilizar
el texto más antiguo, quizá el más fiel al original. No existen copias
originales ni autográficas, sino centenares de manuscritos diferentes con
numerosas versiones distintas. En consecuencia, todo intento de determinar cuál
es el mejor texto de un libro o versículo concretos debe basarse en el trabajo
meticuloso y en el juicio de los científicos.
4.1 Textos masoréticos
Con respecto al Antiguo Testamento, la principal diferenciación es la existente
entre los textos en hebreo y las versiones o traducciones en otros idiomas
antiguos. Los testimonios más importantes y por lo general más fiables en
hebreo, son los textos masoréticos, obra de los eruditos judíos (denominados
masoretas) que se encargaron de la tarea de copiar y transmitir con fidelidad la
Biblia (ver Masora). Estos sabios, que trabajaron desde los primeros siglos de
la era cristiana hasta la edad media, también insertaron en el texto la
puntuación, las vocales (el texto hebreo original contiene sólo consonantes) y
diversas notas. La Biblia hebrea modelo que se utiliza en nuestros días es la
reproducción de un texto masorético escrito en 1088. El manuscrito, en forma de
códice o libro, se encuentra en la colección de la Biblioteca Pública de San
Petersburgo. Otro texto masorético, el Códice de Alepo (primera mitad del siglo
X d.C.) es el sustrato básico de una nueva edición del texto que está preparando
la Universidad Hebrea de Jerusalén. El Códice de Alepo es el manuscrito más
antiguo de la Biblia hebrea íntegra, aunque data de más de un milenio después de
que se escribieran los últimos libros bíblicos, y quizá más de 2.000 años
después de los primeros.
No obstante, se conservan manuscritos hebreos más antiguos —masoréticos y de
otra índole— de libros individuales. Muchos de ellos, que datan del siglo VI,
fueron descubiertos a finales del siglo XIX en la guenizá (depósito en el que se
guardan los escritos inutilizados o desechados para evitar que se profane el
nombre de Dios escrito en ellos) de la sinagoga de El Cairo. Numerosos
manuscritos y fragmentos, muchos de ellos de la era precristiana, fueron
recuperados en la región del mar Muerto desde 1947 (ver Manuscritos del Mar
Muerto). Aunque muchos de los manuscritos más importantes son bastante tardíos,
en particular los textos masoréticos conservan una tradición textual que se
remonta cuando menos a un siglo antes de la era cristiana.
4.2 La Septuaginta y otras versiones en griego
Las versiones más valiosas de la Biblia hebrea son las traducciones al griego.
En algunos casos las versiones griegas presentan un material superior al de la
hebrea, ya que se basan en textos hebreos más antiguos que los que nos han
llegado hasta hoy. Muchos de los manuscritos griegos son mucho más antiguos que
los manuscritos de la Biblia hebrea íntegra, y fueron incluidos en copias de la
Biblia cristiana completa que datan de los siglos IV y V d.C. Los manuscritos
más importantes son el Códice Vaticano (en la Biblioteca del Vaticano), el
Códice Sinaítico y el Códice Alejandrino (ambos se encuentran en el Museo
Británico).
La versión griega más importante se denomina Septuaginta (en griego, ‘setenta’),
porque la leyenda afirma que la Torá fue traducida en el siglo III a.C. por 70
(o 72) traductores. Tal vez, la leyenda sea cierta en algunos aspectos: la
primera traducción al griego incluía sólo a la Torá y fue realizada en
Alejandría en el siglo III a.C. Más tarde se tradujeron las demás Escrituras
hebreas, aunque parece lógico que esta tarea fuese realizada por otros eruditos
cuya pericia y concepciones eran distintas.
Se emprendieron muchas otras traducciones al griego, que en su mayoría se
conservan sólo gracias a fragmentos o citas de los primeros Padres de la Iglesia
y otros. Entre ellas se incluyen las versiones de Áquila, Símaco, Teodoción y
Luciano. El teólogo cristiano Orígenes (siglo III) estudió los problemas que
presentaban estas versiones diferentes y preparó una Hexapla, una crítica
textual en la que organizó en seis columnas paralelas el texto hebreo, el texto
hebreo transliterado al griego, y las versiones de Áquila, Símaco, Teodoción y
Luciano.
4.3 Pešitta, Antigua latina, Vulgata y los Targum
Entre otras versiones merecen mencionarse la Pešitta, o siríaca, iniciada con
toda probabilidad en el siglo I d.C.; la Antigua latina, que no fue traducida
del hebreo sino que procede de la Septuaginta en el siglo II; y la Vulgata,
traducida del hebreo al latín por san Jerónimo a finales del siglo IV d.C.
Otras versiones que deben considerarse son los Targum arameos. En el judaísmo,
cuando el arameo sustituyó al hebreo como idioma cotidiano, se hicieron
necesarias traducciones, primero para acompañar la lectura oral de las
Escrituras en la sinagoga, y más tarde transcritas al papel. Los Targum no eran
traducciones literales, sino más bien paráfrasis o interpretaciones del
original. Los dos Targum más importantes son el que tuvo su origen en Palestina
y los revisados en Babilonia. En el último decenio se descubrió un manuscrito
íntegro del Targum palestino, el Neofiti I, guardado en la Biblioteca del
Vaticano. De los Targum babilónicos, los más conocidos son el de Onquelos
(Pentateuco) y el de Jonatán (Profetas).
Las versiones suelen ser testimonios cualificados, en ocasiones los mejores, del
texto original. Además, incluyen importantes pruebas de la historia del
pensamiento entre las comunidades para las que la Biblia constituía un texto
fundamental.
5 El Antiguo Testamento y la historia
En casi todas sus páginas el Antiguo Testamento reclama atención hacia la
realidad y respeto hacia la importancia de la historia. El Pentateuco y los
libros históricos contienen historias de salvación; los profetas hacen
constantes referencias a hechos del pasado, del presente y del futuro. Como la
historia de Israel se recoge en el Antiguo Testamento, llegó a organizarse en
una serie de acontecimientos o periodos fundamentales: el éxodo (incluyendo los
relatos desde los patriarcas hasta la conquista de Canaán), la monarquía, el
exilio de Babilonia y el retorno a Palestina con la restauración de las
instituciones religiosas.
5.1 Separación entre la interpretación y la historia
Es importante diferenciar entre la interpretación que hace el Antiguo Testamento
sobre lo ocurrido, y la historia crítica. Para escribir una reseña creíble, el
historiador necesita fuentes más o menos fiables, contemporáneas de los propios
acontecimientos. La principal fuente de información acerca de la historia de
Israel es el Antiguo Testamento y, por lo general, a sus autores les preocupaba
en esencia el significado teológico del pasado. Es más: la mayoría de los
documentos son posteriores (en algunos casos datan de varios siglos después) a
los sucesos que describen. No existe un cuerpo significativo de pruebas escritas
que se remonte al periodo anterior a los tiempos de la monarquía, instaurada con
la unción de Saúl como primer rey de Israel en el siglo XI a.C. Otras pruebas,
obtenidas a partir de escritos u objetos, se han recuperado gracias a la
arqueología, aunque todas las evidencias, tanto bíblicas como arqueológicas,
deben evaluarse de manera crítica (ver Arqueología bíblica; Ciencia bíblica).
Sin duda, todos los textos bíblicos que ha sido posible fechar contienen
importante información histórica. Revelan hechos relativos al periodo en que
fueron escritos, aunque ello no significa que hayan de incluir reseñas exactas y
literales sobre los acontecimientos que relatan.
5.2 El núcleo histórico
La existencia de Israel fue parte de la historia del antiguo Oriente Próximo. Al
igual que otros pequeños pueblos del Mediterráneo Oriental, Israel estuvo a
merced de las grandes potencias de entonces —Egipto, Asiria y Babilonia— y pudo
prosperar de forma independiente sólo cuando éstas decaían o se enfrentaban
entre sí.
5.2.1 La historia antigua y el desarrollo de Israel
Existe un considerable cuerpo de información relativo a la historia del antiguo
Oriente Próximo a partir del III milenio a.C., aunque una historia detallada de
Israel sólo puede comenzar en torno a los tiempos de David (1000-961 a.C.). Ello
no significa que no haya nada que decir acerca de las épocas precedentes o que
toda la información de los sucesos anteriores a David sea inexacta. Implica que
es muy difícil separar las pruebas históricas de las interpretaciones
posteriores y que se conocen con certeza pocos detalles. Los relatos de Génesis
sobre los patriarcas, por ejemplo, no fueron concebidos como historia. La
historia se refiere a acontecimientos públicos; las narraciones de los
patriarcas son episodios familiares, en su mayor parte centrados en asuntos
privados. Sin embargo, las pruebas arqueológicas han demostrado que el entorno o
escenario de estos relatos puede proporcionar un cuadro bastante fidedigno de
cómo era la vida durante la edad del bronce tardío. Los relatos sugieren que los
antepasados de Israel eran seminómadas y aportan indicios acerca de sus
creencias y prácticas religiosas.
Un cuidadoso análisis de los registros bíblicos y un uso prudente de las pruebas
arqueológicas permiten situar el éxodo desde Egipto en la segunda mitad del
siglo XIII a.C. No obstante, se desconoce incluso la ruta del éxodo. Sobre este
particular el Antiguo Testamento conserva al menos dos tradiciones relevantes.
Es posible que no participaran todas las tribus de Israel, y lo más probable es
que lo hicieran sólo las tribus de José.
En Josué 1-12 y Jueces 1-2 se encuentran dos versiones diferentes de la entrada
de Israel a la tierra de Canaán. Las sucintas manifestaciones que aparecen en
Josué dan cuenta de que los israelitas, bajo el mando de Josué, conquistaron el
territorio de manera repentina, mientras que Jueces 1-2 y otras tradiciones
apoyan la conclusión de que cada tribu fue ocupando su territorio de manera
gradual, y transcurrieron varias décadas, si no siglos, antes de que Israel
adquiriese su territorio. Así, el periodo de las conquista y el de Jueces se
superponen. Por lo general, durante los dos siglos posteriores al 1200 a.C., las
tribus llevaron a veces existencias separadas y otras veces conjuntas, para
convertirse en una nación (Israel); sólo tras un proceso gradual.
5.2.2 La monarquía
La monarquía surgió en torno al siglo XI a.C., en un clima de enfrentamientos
internos y amenazas externas. Las luchas intestinas giraron en torno a la forma
de gobierno adecuada para la nación. Mientras que algunos favorecían el estilo
más tradicional de liderazgo carismático en épocas de crisis, otros deseaban una
monarquía estable. Triunfó la monarquía debido a la amenaza exterior de los
filisteos, superiores en el orden militar, que ocuparon cinco ciudades de la
llanura costera. Saúl unió a las tribus e instauró la monarquía, pero murió
junto a su hijo Jonatán en una batalla contra los filisteos. David se convirtió
en rey, primero del sur y más tarde de toda la nación. Tras encargarse de
eliminar de una vez por todas la amenaza filistea, instauró un imperio que
abarcó desde Siria hasta la frontera con Egipto. Su reinado fue largo y
próspero, aunque no carente de luchas intestinas por la posesión de su trono. Le
sucedió su hijo Salomón, quien estableció una corte siguiendo el modelo de otros
monarcas orientales. Salomón construyó un palacio y el gran Templo de Jerusalén,
exprimiendo al máximo los recursos del país para realizar sus grandiosos
proyectos.
5.2.3 Los reinos de Israel y Judá
Tras la muerte de Salomón, las tribus del norte se rebelaron bajo el mando de su
hijo Roboam. Las dos naciones, Israel en el norte y Judá en el sur, nunca
volvieron a reunirse, y con frecuencia lucharon entre sí. En Judá la dinastía de
David continuó hasta la ocupación del país por los babilonios (597-586 a.C.),
aunque en Israel abundaron los reyes y las dinastías. El periodo de la monarquía
dividida estuvo señalado por amenazas de parte de los asirios, los arameos y los
babilonios. Israel, con capital en Samaria, cayó en manos del ejército asirio en
el 722-721 a.C., siendo sus gentes deportadas e instalándose extranjeros en su
lugar. Judá sufrió dos humillaciones a manos de los babilonios: la rendición de
Jerusalén en el 597, y su destrucción en el 586 a.C. En ambas ocasiones se
deportaron cautivos a Babilonia, pero como no se asentaron extranjeros en Judá y
los cautivos gozaron de cierta libertad, al menos la de asociarse entre sí, la
vida del pueblo continuó tanto en Babilonia como en su país natal. El exilio fue
un desastre que desde hace mucho tiempo los profetas habían anunciado como
castigo divino, aunque la experiencia llevó a los israelitas a reconsiderar su
propio significado como pueblo y a transcribir e interpretar sus antiguas
tradiciones. Ver Cautividad de Babilonia.
5.2.4 El periodo posterior al exilio
En el año 538 a.C. el pueblo fue liberado de Babilonia tras haber sido
instaurado el Imperio persa por Ciro II el Grande. Los profetas Esdras y
Nehemías fueron los líderes de la época posterior al exilio, cuando se
restablecieron las instituciones y se reconstruyó el Templo. Judá pasó a ser una
provincia persa y sus habitantes gozaron de una relativa autonomía, en especial
en el orden religioso.
En algún momento durante este periodo la historia de Israel devino en la
historia del judaísmo, aunque su fecha exacta es objeto de polémica. Para más
información, ver Judíos; Judaísmo. A principios de la era cristiana, el pueblo
había sobrevivido al surgimiento del imperio de Alejandro Magno (333 a.C.), a la
revolución y al régimen de los Macabeos (168-165 a.C.) y al establecimiento del
control romano sobre Palestina (63 a.C.). Tras ser sofocada una rebelión en el
año 70 d.C., que provocó la destrucción de Jerusalén, su vida cambió por
completo.
6 Temas doctrinales del Antiguo Testamento
Los temas doctrinales del Antiguo Testamento son ricos, profundos y diversos. En
estos escritos no puede hallarse una teología única, ya que surgieron de
numerosos individuos y comunidades durante varios siglos. Reflejan no sólo una
evolución del pensamiento, sino también diferencias e incluso conflictos de
opinión. Por ejemplo, coexisten diferentes interpretaciones de la creación y en
más de una ocasión los profetas desafiaron los juicios de los sacerdotes. Los
temas del Antiguo Testamento son coherentes por sí y entre sí, aunque no se
trata de una teología sistematizada. La canonización de la Biblia, aunque
determinó una lista oficial, también reconoció una diversidad sustancial.
6.1 El Dios de Israel
El tema teológico más obvio del Antiguo Testamento es a la vez el más recurrente
e importante: Yahvé (el nombre de Dios en el Antiguo Testamento; ver Dios;
Yahvé) es el Dios de Israel, del mundo entero y de la historia. Esta temática se
reitera a partir de Éx. 20,3 (“No habrá para ti otros dioses delante de mí”)
hasta las demás Escrituras hebreas, y constituye el pilar del resto de las
reflexiones teológicas. Sin embargo, sería engañoso identificar este tema con el
monoteísmo. Se trata de un término demasiado abstracto para los textos en
cuestión y en todos, si se exceptúan algunos de los materiales menos antiguos,
se da por supuesta la existencia de otros dioses. Por lo general, los otros
dioses se consideran subordinados a Yahvé y en cualquier caso Israel debe
mantenerse fiel al único Dios. Se afirma que ese Dios es el creador del mundo,
el rey activo de la historia que salva y juzga, todopoderoso pero preocupado por
su pueblo. Se revela a sí mismo de varias formas: a través de la ley, de los
acontecimientos y de los profetas y sacerdotes.
El lenguaje característico del Antiguo Testamento acerca de Dios vincula el
nombre de Yahvé con los acontecimientos: “Yo, Yahvé, soy tu Dios, que te he
sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre” (Éx. 20,2). Israel
reconoce quién es Dios más en términos de lo que ha hecho o hará que en términos
de su naturaleza intrínseca. Así, la historia adquiere una especial importancia
como esfera de la acción divina y de la interacción con su grey. La única
salvedad significativa a esta acepción del lenguaje histórico se encuentra en la
literatura sapiencial.
6.2 La alianza y la ley
Otros dos temas fundamentales del Antiguo Testamento, la alianza y la ley, están
relacionados de forma estrecha. Alianza posee numerosos significados, incluyendo
un acuerdo entre naciones o individuos, pero sobre todo se refiere al pacto
entre Yahvé e Israel sellado en el monte Sinaí. El lenguaje relativo a la
alianza tiene mucho en común con el de los tratados del antiguo Oriente Próximo,
ya que tanto aquélla como éstos se confirman mediante juramentos. Yahvé aparece
tomando la iniciativa en el establecimiento de la alianza al elegir a un pueblo.
Quizá la formulación más sencilla de la alianza es la frase: “Yo os haré mi
pueblo y seré vuestro Dios” (Éx. 6,7). Se concebía que la ley se había otorgado
como parte de la alianza, compromiso por el cual Israel se convirtió en el
pueblo de Dios. La ley contiene normativas de conducta en relación con los demás
seres humanos y reglas sobre las prácticas religiosas, aunque no transmite un
código de instrucciones para afrontar todos los aspectos de la vida. Más bien
parece señalar los límites que el pueblo no podrá transgredir sin romper la
alianza.
6.3 El ser humano
El Antiguo Testamento hace hincapié en el concepto de los seres humanos en
comunidad, algo importante para un pueblo que ha establecido este tipo de
alianza. El ser humano individual era concebido como un cuerpo animado, como
sugiere Gén. 2,7: “Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo e
insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente”.
Ese ‘aliento’ no debe considerarse como un ‘alma’, sino como ‘vida’. En el
Antiguo Testamento, el ser humano era concebido como una unidad de materia
física y vida, una integridad que era un regalo de Dios. En consecuencia, la
muerte era una realidad vívida. Las visiones de una vida después de la muerte o
de la resurrección aparecen como raras excepciones, y con mucha posterioridad,
en el pensamiento israelita.
Otro tema que aparece en los profetas y que resulta básico en otras partes es
que Yahvé es un Dios justo que espera de su pueblo justicia y rectitud. Ello
incluye la equidad en todos los asuntos humanos, la protección del débil y el
establecimiento de instituciones justas.
Al tratar éstas y otras materias, no es de sorprender que las Escrituras judías
proporcionasen los cimientos de dos religiones universales, el judaísmo y el
cristianismo.
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Juan
6:53
Jesús
les dijo:
De
cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
El que
come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el
día postrero.
Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que
come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él.
Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me
come, él también vivirá por mí.
Este es
el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y
murieron;
el que come
de este pan, vivirá eternamente.
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