Si
alguno tiene sed, venga a mí y beba.
El que cree en mí, como dice la Escritura, de su
interior correrán ríos de agua viva.
Juan 7:37-38 |
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Jesucristo
1 INTRODUCCIÓN
Jesucristo (entre el 8 y el 4 a.C. y el 29 d.C.), figura principal del
cristianismo que nació en Belén, Judea. Desde el siglo VI se considera que la
era cristiana comienza el año de su nacimiento, pero en la actualidad se cifra
un error de cuatro a ocho años. Para los cristianos, Jesús fue el Hijo de Dios
encarnado y concebido por María, la mujer de José, un carpintero de Nazaret. El
nombre de Jesús se deriva de la palabra hebrea Joshua, que completa es Yehoshuah
(‘Yahvé es salvación’); y el título de Cristo, de la palabra griega christos, a
su vez una traducción del hebreo mashiaj (‘el ungido’), o Mesías. Los primeros
cristianos emplearon Cristo por considerarle el libertador prometido de Israel;
más adelante, la Iglesia lo incorporó a su nombre para designarle como redentor
de toda la humanidad.
Las principales fuentes de información sobre su vida se encuentran en los
Evangelios, escritos en la segunda mitad del siglo I para facilitar la difusión
del cristianismo por todo el mundo antiguo. Las epístolas de Pablo y el
libro de los Hechos de los Apóstoles también aportan datos interesantes. La
escasez de material adicional de otras fuentes y la naturaleza teológica de los
relatos bíblicos provocaron que algunos exegetas bíblicos del siglo XIX dudaran
de su existencia histórica. Otros, interpretando de diferente manera las fuentes
disponibles, escribieron biografías naturalistas de Jesús. En la actualidad, los
eruditos consideran auténtica su existencia, para lo que se basan en la obra de
los escritores cristianos y en la de varios historiadores romanos y judíos.
2 NACIMIENTO E INFANCIA
Los evangelios de san Mateo y san Lucas recogen datos sobre el nacimiento e
infancia de Jesús, e incluyen su genealogía, que se remonta hasta Abraham y
David (Mt. 1,1-17; Lc. 3,23-38). Se supone que la descripción de su genealogía
se hizo para probar el mesianismo de Jesús. Según Mateo (1,18-25) y Lucas
(1,1-2,20), Jesús fue concebido por su madre, que “aunque desposada con José, se
encontró encinta por obra del Espíritu Santo” (Mt. 1, 18). Nació en Belén, donde
José y María habían acudido para cumplir con el edicto romano que obligaba a
inscribirse en el censo. Mateo es el único que describe (2,13-23) el viaje a
Egipto, cuando José y María se llevaron al niño lejos del alcance del rey
Herodes el Grande. Sólo Lucas relata el cumplimiento de José y María con la ley
judía que requiere la circuncisión y presentación en el templo de todos los
recién nacidos de Jerusalén (2,21-24); el mismo evangelista también describe su
siguiente viaje (2,41-51) con el joven Jesús al templo para la fiesta de la
Pascua. Los Evangelios omiten la vida de Jesús desde que tuvo 12 años hasta que
empezó su ministerio público, unos 18 años después.
3 COMIENZOS DE SU VIDA PÚBLICA
Todos los Evangelios sinópticos (los tres primeros, llamados así porque, en
general, presentan una visión similar de la vida de Cristo) relatan que el
ministerio público de Jesús comienza tras el encarcelamiento de Juan Bautista y
se prolonga casi un año. El Evangelio según san Juan describe su labor, que
comienza con la elección de sus primeros discípulos (1,40-51) y se prolonga
quizá unos tres años.
El relato del ministerio público y los acontecimientos que le precedieron es
similar en los Evangelios sinópticos. Los tres describen el bautismo de Jesús en
el río Jordán por Juan Bautista y su retiro durante 40 días de ayuno y
meditación al borde del desierto, que algunos exegetas consideran como un tiempo
de preparación ritual, donde el demonio (o Satán) trató de tentarle. Mateo
(4,3-9) y Lucas (4,3-12) añaden la descripción de las tentaciones.
Después del bautismo y el retiro en el desierto, Jesús volvió a Galilea y visitó
su hogar en Nazaret (Lc. 4,16-30). Se trasladó a Cafarnaum y comenzó a predicar.
Según los sinópticos, fue entonces cuando nombró a sus primeros discípulos,
“Simón, que se llama Pedro, y su hermano Andrés” (Mt. 4,21) y “Santiago el de
Zebedeo y Juan, su hermano” (Mt. 4,21). Más adelante, cuando el número de sus
seguidores creció, escogió a doce discípulos para que le ayudaran.
4 AUMENTO DE LOS SEGUIDORES DE JESÚS
En compañía de sus discípulos, Jesús estableció su base en Cafarnaum y viajó a
los pueblos y aldeas cercanas para proclamar la llegada del Reino de Dios, como
hicieron muchos profetas hebreos antes que él. Cuando los enfermos de cuerpo o
espíritu se acercaron a él en busca de ayuda, los curó con la fuerza de la fe.
Insistió en el amor infinito de Dios por los más débiles y desvalidos, y
prometió el perdón y la vida eterna en el cielo a los pecadores siempre que su
arrepentimiento fuera sincero. La esencia de estas enseñanzas se encuentra en el
sermón de la montaña (Mt. 5,1-7), que contiene las bienaventuranzas (5,3-12) y
la oración del Padrenuestro (6,9-13). El énfasis de Jesús en la sinceridad moral
más que en la observancia estricta del ritual judío provocó la enemistad de los
fariseos, que temían que sus enseñanzas pudieran incitar a los judíos a rechazar
la autoridad de la Ley, o Torá. Otros judíos se mostraron recelosos ante las
actividades de Jesús y sus seguidores porque podrían predisponer a las
autoridades romanas contra una eventual restauración de la monarquía.
A pesar de esta creciente oposición, la fama de Jesús se extendió sobre todo
entre los marginados y los oprimidos, y el entusiasmo de sus seguidores les
llevó a tratar de “arrebatarle y hacerle rey” (Jn. 6,15), pero Jesús lo impidió
cuando escapó con sus discípulos por el mar de Galilea (lago Tiberíades) a
Cafarnaum (Jn. 6,15-21), donde pronunció un sermón en el que se proclamó “pan de
la vida” (Jn. 6,35). Este sermón, que hace hincapié en la comunión espiritual
con Dios, desconcertó a muchos de los que le escucharon, pensando que se trataba
de “duras palabras” (Jn. 6,60), y desde entonces “muchos se retiraban y ya no le
seguían” (Jn. 6,66).
Posteriormente, Jesús repartió su tiempo entre viajar a las ciudades dentro y
fuera de la provincia de Galilea, enseñar a sus discípulos y retirarse en
Betania (Mc. 11,11-12) y Efrem (Jn. 11,54), dos ciudades próximas a Jerusalén.
Según los Evangelios sinópticos pasó la mayor parte del tiempo en Galilea, pero
Juan centra el ministerio público de Jesús en la provincia de Judea y relata sus
numerosas visitas a Jerusalén. Los sermones que pronunció y los milagros que
realizó en esta época, en particular la resurrección de Lázaro en Betania (Jn.
11,1-44), hicieron que muchos creyeran en él (Jn. 11,45); pero el momento más
importante de su vida pública ocurre en Cesarea de Filipo cuando Simón (después
Pedro) comprobó que Jesús era Cristo (Mt. 16,16; Mc. 8,29; Lc. 9,20), a pesar de
que Jesús nunca se lo había revelado (según los Evangelios sinópticos), ni a él
ni a los demás discípulos. Esta revelación, además de la posterior predicción de
su muerte y su resurrección, las condiciones que debían cumplir sus discípulos
en su misión, y su transfiguración (momento en que se oyó una voz del cielo
proclamándole hijo de Dios y confirmando así la revelación) constituyen la base
principal de la misión histórica de la Iglesia cristiana (autorización explícita
de Jesús recogida en Mt. 16,17-19).
5 ÚLTIMOS DÍAS
Cerca de la Pascua, Jesús viajó a Jerusalén por última vez (Juan menciona
numerosos viajes a Jerusalén y más de una Pascua, mientras que los sinópticos
dividen el ministerio público en las provincias de Galilea y Judea, y mencionan
sólo una Pascua después de que Jesús abandonara Galilea para ir a Judea y
Jerusalén) y el domingo de víspera entró triunfante en la ciudad donde le
recibió una gran muchedumbre que le aclamó. Allí (el lunes y el martes, según
los sinópticos), expulsó del templo a los mercaderes y cambistas que, según una
vieja costumbre estaban autorizados a realizar sus transacciones en el patio
exterior (Mc. 11,15-19) y discutió con los sacerdotes, los escribas, los
fariseos y los saduceos, que le hicieron preguntas sobre su autoridad, tributos
del César, y la resurrección. El martes, Jesús reveló a sus discípulos los
signos que acompañarían a la parusía, o su segunda venida.
El miércoles Jesús fue ungido en Betania por María, que anticipaba la unción de
la sepultura (Mt. 26,6-13; Mc. 14,3-9). Mientras tanto, en Jerusalén, los
sacerdotes y los escribas, preocupados porque las actividades de Jesús iban a
poner a los romanos en su contra (Jn. 11,48), conspiraron con uno de sus
discípulos, Judas Iscariote, para arrestar a Jesús de manera furtiva, “porque
temían al pueblo” (Lc. 22,2). Juan 11,47-53 sitúa la conspiración antes de la
entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. El jueves, Jesús celebró la cena de
Pascua con sus discípulos y les habló de su inminente traición y muerte como
sacrificio por los pecados de la humanidad. Durante la cena bendijo el pan ácimo
y el vino, llamó al pan su cuerpo y al vino su “sangre de la alianza, que será
derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt. 26,27), y pidió que lo
repartieran entre todos. Desde entonces, los cristianos recuerdan este ritual,
la eucaristía, en oficios de culto que constituyen el principal sacramento de la
Iglesia.
Después de la Última Cena, Jesús y sus discípulos fueron al monte de los Olivos,
donde según Mateo (26,30-32) y Marcos (14,26-28), les aseguró que resucitaría
(de la muerte). Al presentir que la hora de su muerte estaba cerca, se retiró al
huerto de Getsemaní, donde, “lleno de angustia” (Lc. 22,44), meditó y oró. Una
muchedumbre enviada por los sacerdotes y los ancianos judíos, conducida por
Judas Iscariote, le arrestó en Getsemaní.
6 JUICIO Y CRUCIFIXIÓN
Según Juan (18,13-24), primero le condujeron ante Anás, suegro del máximo
sacerdote Caifás, para un interrogatorio preliminar. Los sinópticos no mencionan
este incidente, sólo relatan que Jesús fue conducido al consejo supremo de los
judíos, el Sanedrín, donde Caifás pidió a Jesús que declarase si era “el Mesías,
el hijo de Dios” (Mt. 26,63). Por esta afirmación (Mc. 14,62), el consejo le
condenó a muerte por blasfemia, pero como sólo el procurador romano tenía poder
para imponer la pena capital, el viernes por la mañana condujeron a Jesús ante
Poncio Pilatos para sentenciarle. Antes del juicio, Pilatos le preguntó si era
el rey de los judíos, Jesús contestó: “Tú lo has dicho” (Mc. 15,2). Pilatos
intentó varios recursos para salvarle antes de dejar la decisión final en manos
de la muchedumbre. Cuando el populacho insistió en su muerte, Pilatos (Mt.
27,24) ordenó su ejecución. El papel real de Pilatos ha sido muy debatido por
los historiadores. La Iglesia antigua tendió a culpar más a los judíos y a
juzgar con menos severidad al gobernador romano.
Jesús fue llevado al Gólgota y crucificado, que era la pena romana para los
criminales y los delincuentes políticos. Dos ladrones fueron también
crucificados con él, uno a cada lado. En la cruz, sobre la cabeza de Jesús
escribieron su acusación: “este es Jesús, el rey de los judíos” (Mt. 27,37). Al
caer el día, su cuerpo fue descendido, y como estaba cerca el shabat (día
festivo de los judíos), tiempo durante el cual no estaba permitido el
enterramiento, fue rápidamente depositado en una tumba cercana por José de
Arimatea (Jn. 19,39-42 relata que Nicodemo ayudó a José).
7 LA RESURRECCIÓN
El domingo siguiente, al amanecer, “María Magdalena, y María la madre de
Santiago” (Mac. 16,1) fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús antes de
enterrarlo, y lo encontraron vacío. En Mt. 28,2 se recoge que después de un
terremoto apareció un ángel y apartó la piedra de la entrada. En el interior de
la tumba, “un joven” (Mc. 16,5) vestido de blanco les anunció que Jesús había
resucitado (esta noticia es anunciada por el ángel en Mateo 28,5-6 y por dos
hombres “con vestiduras deslumbrantes” en Lucas 24,4. Según Juan 21, 11-18,
María Magdalena vio dos ángeles y después a Cristo resucitado). Más tarde, el
mismo día (según Lucas, Juan y Marcos) Jesús se apareció a las mujeres y a otros
discípulos en varios lugares en Jerusalén y sus proximidades. La mayoría de los
discípulos no dudaron en que habían visto y escuchado de nuevo al maestro que
conocían y habían seguido durante el tiempo de su predicación en Galilea y
Judea. Pero hubo discípulos que dudaron en un primer momento (Mt. 28,17), como
Tomás, que no presenció las primeras apariciones (Jn. 20,24-29). Según recoge el
Nuevo Testamento, la resurrección de Jesús se convirtió en una de las doctrinas
esenciales de la cristiandad, pues al resucitar de la muerte dio esperanzas a la
humanidad de una vida después de la muerte en el reino de los cielos.
Todos los Evangelios señalan que después de su resurrección Jesús siguió
enseñando a sus discípulos sobre asuntos relativos al Reino de Dios. También les
encomendó una misión: “Id, pues... haced discípulos de todas las naciones,
bautizándoles en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt.
28,19). Lucas (24,50-51) también relata que, en Betania, Jesús fue visto
ascender a los cielos por sus discípulos. Los Hechos de los Apóstoles 1, 212
recogen que la ascensión ocurrió cuarenta días después de la resurrección. Todas
las doctrinas de su ministerio fueron desarrolladas en los principios
fundamentales de la teología cristiana.
8 TEOLOGÍA
La vida y enseñanzas de Jesús fueron muchas veces objeto de disputa y de
interpretaciones diferentes en la historia del cristianismo. En las primeras
épocas de la Iglesia, por ejemplo, fue necesario regularizar las creencias sobre Jesucristo y su papel, para facilitar la conversión y responder a los cristianos
que adoptaron opiniones inaceptables para los dirigentes de la Iglesia
cristiana. Definir la naturaleza de Jesús se convirtió en el objeto de una
disciplina llamada cristología.
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Juan
6:53
Jesús
les dijo:
De
cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
El que
come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el
día postrero.
Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que
come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él.
Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me
come, él también vivirá por mí.
Este es
el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y
murieron;
el que come
de este pan, vivirá eternamente.
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